domingo, 8 de marzo de 2015

José María Morelos.


Autor: VICTOR HUGO REYES MALDONADO.



Los hombres y las mujeres que hicieron realidad sus sueños y con ello buena parte de nuestro país, fueron tantos niños y  chiquitos  como tu: también se entretenían con sus juguetes favoritos, pasaban algunas tardes en el parque, celebraban fiestas, asistían a la escuela y muchos disfrutaban algún pasatiempo.
La colección Biografías para niños comparte este lado infantil de la vida de emperadores, libertadores, caudillos y presidentes. En este libro te acercara al niño José María Morelos. A la orilla de los caudalosos ríos de su natal Michoacán, Morelos te compartirá el curioso origen de sus apellidos; te confesara que le gustaba acurrucarse cerca de su mama cuando esta contaba las historias terroríficas; que esperaba la llegada de las carpas con sus adivinos y seres extraños y, por supuesto, este hombre que más adelante estuvo al frente del Ejercito del Sur en la Guerra de la Independencia, también te dirá por que casi siempre se amarraba un pedazo de tela alrededor de la cabeza.




Indice.

Prologo
Morelos, el hombre
Morelos, el niño
Mi familia
Conocimientos y distracciones
La vida misma
Cambio de ruta
Datos importantes.




Prologo.


El caudillo del Sur le llamaban a este valiente personaje. No es para menos: después de ordenarse como sacerdote y ofrecer sus servicios clericales en diversas iglesias, una luz en su conciencia prendió su alma guerrera, despertó su valor patrio, blandió su arma feroz y se aprestó a luchar por nuestro país, haciéndose lugarteniente del cura de Dolores, donde Don Miguel Hidalgo y Costilla, quien encabezará nuestra Independencia.
Sí, acertaste: se trata del general don José María Morelos y Pavón, quien al pertenecer al ejército insurgente de Hidalgo e incursionar por el sur de México se convirtió en un militar temido y adorado, a causa de su astucia, valor, vigor físico, capacidad organizativa y donde mando. 


Morelos, el hombre.



Me llamo José María Morelos y Pavón. Tal vez mi nombre te sea conocido por que lo has leído en un libro de texto, lo aprendiste en tus clases de historia o quizás al verme en los billetes de 50 pesos supiste quien soy, ya que al llegar a adulto me convertí en pieza clave de la Independencia de México.
Voy a narrarte, a grandes rasgos, mi infancia, pero es justo que los biógrafos amplíen la información sobre mí – como ocurre en sus interesantes libros y brillantes reseñas históricas - , con la intención de que ubiques en que tiempo me volví lugarteniente de Don Miguel Hidalgo, porque lo hice y por qué el, sin conocerme, me otorgo el cargo de general.
Aseguran que colabore fielmente con el Padre Hidalgo durante la Independencia de nuestro país, cuando el pueblo deseaba librarse de la esclavitud y alcanzar la libertad absoluta, obligando a los gobernantes españoles a abandonar sus cargos y nuestra nación.
Los historiadores indican que me integre ya un poco tarde al estudio religioso – impulsado por mi protector José María Izazaga, quien prendió en mí los planes de superación; yo tenía 25 años. Entre al Colegio de San Nicolás en 1792, en calidad de “cápense”, término que se les concedían a los alumnos que solo contaban con una capa, o sea, aquellos muy pobres, era un “cápense externo”, pues no poseía una beca ni dinero para estar internado. En estos tiempos se necesitaban curas para los lugares  más apartados y pobres, lo cual me permitido entrar con suma facilidad y ordenarme con escasos estudios.
Según cuentan los estudiosos, la situación de ser “cápense” no me afecto de ningún modo, ya que fortaleció mi espíritu y mi aprendizaje. Por lo tanto, en 1795 obtuve el nombramiento de bachiller y clérigo diacono, para ejercerlo en Uruapan. En 1797 me ordene como presbítero y pude oficiar misas, confesar y predicar. Para principios de 1798, me hice cura interino de Churumuco y la Huacana.
Me traslade junto con mi hermana y mi mama, pero ante el clima caliente y una terrible epidemia, mi madre murió. Después de esta triste perdida, en 1799 me volví cura de Carácuaro y Nocupétaro. Luego de unos años, en 1809, me enteré de la captura de muchos patriotas que combatían a los españoles en 1810 supe del movimiento liberario de Hidalgo, quien fuera rector del Colegio de San Nicolás y  a quien admiraba fervientemente por sus grandes conocimientos, su gran sabiduría y su afán de abolir la esclavitud de los habitantes de la Nueva España.
Siguen detallando estos grandes hombres que, impulsado por mi amor patrio, mis convicciones, los sucesos que ocurrían en el mundo y una repentina fuerza física y moral, me encamine para encontrar a Hidalgo. Lo halle en el pueblo de San Miguel Charo – el 20 de octubre de 1810 - , acompañado  de Ignacio Allende y el doctor Gastañeda. A pesar de sus múltiples ocupaciones, me atendió y le solicite ser capellán de su ejército. Tal vez el destino me tenía cifrada esta oportunidad, o hable con tal fervor y conveniencia, o el mismo Hidalgo vio mi entusiasmo, mi voluntad, mi ímpetu, mi necesidad, no sé, que confió en mí, haciéndome de pronto su general y encomendándome la conquista de la tierra caliente del sur, encabezando mi propio ejército. Esta fue la primera y última vez que platique con don Miguel Hidalgo.
Salí de mi parroquia de Carácuaro el 25 de octubre de 1810 con un puñado de hombres valiente. En el camino hacia Acapulco se me unieron formidables personajes que contribuyeron a la lucha: Vicente Guerrero, Hermenegildo, Juan y Fermín Galena, Leonardo y Nicolás Bravo, Mariano Matamoros, José María Izazaga, entre otros muchos. Aquí inicio  mi labor para conquistar la Independencia de México.


Morelos, el niño.

Casa de Morelos que habitó en Valladolid.
Ahora, luego de enterarme de mi encuentro con ese gran hombre que fue Hidalgo, ponte atención para escuchar el relato de mi infancia. Nací el 30 de septiembre de 1765, en la casa contigua a la puerta del costado de la iglesia de San Agustín, en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, Michoacán. ¿Muy fácil de hallar, verdad? Ojala algún dia vayas a pasear a Morelia y encuentres el lugar donde nací.
Dos años después mis padres me llevaron a vivir a la hacienda de Sindurio, cercana a Valladolid. Aquí encontré el clima y el ambiente adecuado para crecer sano y fuerte, ya que la cercanía  con la naturaleza, lejos de las complicaciones y los prejuicios de las grandes ciudades, me proporciono modales sencillos, una feliz despreocupación en el trato con los demás, deprecio a las clases sociales y un gran amor por la libertad.
Este sitio se asentaba en una meseta muy extensa, en medio de un valle que regaban dos ríos, el Guayangareo, que iba hacia el sur y se unía con el rio Grande, que rodeaba a Valladolid, y finalmente desembocan en el lago de Cuitzeo. A estos ríos viejos, bellos y caudalosos acudían a nadar toso los pobladores de la hacienda  - incluidos mis papas y mis hermanos - ,sintiéndonos parte del agua, divirtiéndonos en competencias de nado, de “aguantar” bajo el agua muchos minutos, de “aventarnos” desde un árbol en  diversos tipos de clavados….. En fin, fueron momentos de enorme dicha.}

Estas mismas aguas regaban las tierras de todo Valladolid y las cosechas de maíz, trigo, frijol, chile, calabaza, arroz, algodón, caña de azúcar, sandía, melón, piña, eran muy buenas, complementándose con las épocas de lluvias. Durante este tiempo, la actividad de la hacienda de Sindurio era interminable: todos los peones y esclavos iban y venían con las cosechas, ya sea recogiendo, acomodando, empacando, enviando….todos sudando y esforzándose por unos mendrugos de comida y unos cuantos pesos en sus bolsillos, y con una larga cuenta en la tienda de raya.
Asimismo, al valle de Valladolid lo rodeaban altas montañas: el cerro de Punhuato, el lomerío de Santa María de los Altos, los cerros de Atécuaro, el cerro de San Andrés, el Pico de Quinceo, cuyos contrafuertes se unían en las lomas de Tarímbaro y los cerros de Cuto y Uruétaro, los cuales separaban el valle del lago de Cuitzeo. A estas cumbres todos los muchachos trataban de ascender, ya fuera en excursiones, en mandas, en promesas, solos, o de escapada…. Era toda una aventura. Como yo aun era muy pequeño, no lo disfrutaba tanto.



Mi familia.



Mi papá se llamaba Manuel Morelos y se dedicaba a la carpintería. Nunca asistió a escuela alguna y su vida fue muy pesarosa y triste. A pesar de  que era un hombre muy trabajador y amaba su oficio, no pudo darnos una vida cómoda y placentera. Como ya te platique, después de mi nacimiento en Valladolid tuvimos que partir hacia la hacienda de Sindurio, donde él consiguió empleo fabricando los muebles, los interiores de los establos, las carretas, las sillas de montar….en fin, era muy ardua su labor, pero prácticamente su sueldo era bajo y apenas alcanzaba para subsistir humildemente.
El nombre de mi mama era Juana Pavón. Su padre fue maestro de escuela de Valladolid, por lo cual aprendió a leer y escribir. Ella le ayudaba en lo que podía a mi papá, además  de que mantenía limpios los cuartos en que vivamos y se ganaba un dinerito en la cocina principal; para nosotros hacia deliciosas comidas con alguna carne y sobrados de frijoles, tortillas recién hechecitas por sus manos cariñosas, ricas aguas de tamarindo, de Jamaica, de horchata, todo esto en un ambiente amoroso y tranquilo.
Mis padres eran españoles. Por tal razón yo era criollo, es decir, hijo de españoles, pero nacido en México. Seguramente con algo de sangre indígena, a causa del color moreno de mi piel y mis rasgos físicos. Mencionan mis biógrafos que los apellidos “Morelos” y “Pavón” no son castizos, ya que mis antepasados se llamaban Sandoval y al ser vendedores de morales les decían “moreros” y después por corrupción de las palabras, “Morelos” .Asimismo “Pavón” venía a ser aumentativo de “pavo, tocante el color azulado del rostro de sus miembros”, concluyendo que era mestizo. O sea, era español, indígena y mestizo ¡Vaya combinación! Pero finalmente, me sentía más mexicano que el chile.
Tenía dos hermanos menores: María Antonia y Nicolás, quienes completaban nuestra familia. Vivimos felizmente con el gran cariño y amor que nos daban mis papás hasta que un día, cuando cumplí siete años, murió mi papá. Sufrimos lo indeseable. Mi mamá sintió morir también y nosotros más. Nuestra atmosfera de afecto y de seguridad moral u material quedo destruida. Sin embargo, mi mamá tomo las riendas y nos llevó a vivir a Valladolid, donde ocupamos una vivienda en malas condiciones, pero nos trajo un poco de calma en tantas malas situaciones…. No pretendo entristecerte. Solo que así se dieron estos acontecimientos.



Conocimientos y distracciones.



Tengo entendido que tú cursas la primaria (en muy distintos grados de ella) y aprovechas los esfuerzos que hacen tus papás para que estés en la escuela. También sé que aprender lecciones y te diviertes en tus horas libres. ¡Cómo me gustaría escucharlo de tu propio voz!, pero me conformo con saberlo. Solo te aconsejo que valores la labor de tus padres y nunca los defraudes ¡Sigue estudiando como lo has hecho hasta ahora! No cejes tu empeño. Cuando crezcas serás alguien muy importante en la vida.
Fíjate que un tiempo antes de que mi papá muriera, allá en la hacienda de Sindurio, mi mamá me empezó a enseñarme a leer y escribir. Ya te conté que mi abuelo era maestro de primaria en Valladolid y la educo a ella.
Aprendí las primeras clases de quehaceres, juegos y obligaciones. Mi mamá despertaba muy temprano, cocinaba en la casa grande, lavaba y planchaba, y regresaba con nosotros para darnos el desayuno y me enseñaba las primeras letras, que aprendí con rapidez.
En seguida vino la muerte de mi papá, que en paz descanse. Nuestra vida fue un absoluto caos. Volvimos a Valladolid, destrozados y tristes. Un escrito muy renombrado y paisano mío, José Rubén Romero, narro con exactitud lo que pasaba conmigo.
Sobre las aceras de la calle del Feo, en la vieja Valladolid, un chico de siete años, de piel tostada y pelo negro alborotado, bailaba tranquilamente su trompo. Si algún muchacho del barrio se le aproximaba, el niño enrollaba la cuerda, recoge el juguete y se introduce a su humilde vivienda, porque no quería tratos ni cambios de palabras con los vecinos. Juana, la madre, achaca esta cortedad de genio a la recién orfandad.
¿Cómo vez? Las palabras anteriores retratan con fidelidad lo que ocurría en esos momentos. La súbita muerte de mi papá arrojo por la borda todos nuestros sueños, como el de trabajar juntos y con mucho afán para comprar nuestra propia casa. Lo que nunca ocurrió.
En fin, hay que darle buena cara a la vida. Así como platica el escritor, yo tenía un trompo con el que jugaba por horas y horas durante el día, creando las suertes fantásticas que podía hacer cualquier niño. En ese tiempo abundaban muchos juguetes y entretenimientos. Todas las tardes un hombre proclamaba que llevaba consigo un pajarito mágico, de la suerte, el cual adivinaba el futuro al sacar con su pico un papelito de un recipiente.
También corría, arrastrando a  mis hermanos, para ir a ver la llegada de la feria, con sus carpas de adivinos, niños y señores con deformaciones, cantantes, bailarinas, payasos simpáticos, títeres, juegos mecánicos, tiros al blanco y la lotería, que a mí me fascinaban y me hacían olvidar la penas.
Me agradaba tomar la escoba de mamá para trepar en mi caballo; con el que podía galopar metros y metros de distancia, sin que nadie se imaginara el color de mi hermoso cuaco. Además, jugaba a los indios y los vaqueros, con palos como espadas y pistolas, así como diversas rondas que encantaban a las niñas al cantarlas.
Entre los juguetes de aquel tiempo abundaban los baleros, los trompos. Las reatas, los columpios, los huesitos, las canicas, la matatena, dispuestos para jugarlos a toda hora y en cualquier lugar.
Pero lo que yo prefería era contar historias por la noche, ya que cuando nos quedábamos solitos, sin que nadie viera por nosotros y completamente a oscuras. Mi mamá relataba ingeniosas historias que a mí me ocasionaban un miedo atroz. Solo deseaba dormir junto a ella y no tener horrorosas pesadillas. Su compañía era lo mejor que poseía.




La vida misma.



Mi mamá se sentía en el más completo abandono y en la miseria. Le era muy difícil cuidarme y prefirió confiarme a mi tío Felipe Morelos, quien, según sus posibilidades económicas y bajo nivel social, no hallo más acomodo para mí que la ocupación de cuidar vacas por el rumbo de Sindurio. Nuevamente andaría por aquellos lares.

Mi vida de pastor principió cuando tenía ocho años y culmino a los 10. El campo me brindo su mano y disfrute con  placer aprender sobre la naturaleza, caminar por los cerros, comerme una que otra frutilla del campo, platicar con los demás pastorcillos acerca de la pobreza que nos invadía y de nuestras aspiraciones truncadas. Pues a quien no le hubiera gustado ir a la escuela, como tú lo haces hoy; que le dieran su desayuno muy sabroso, una torta  para el recreo, una vestimenta nueva y olorosa, y no tener que soportar a los patrones, que si se nos perdía o enfermaba algún animal, teníamos que compensarlos con más trabajo y a muchos de aquellos chiquillos hasta los azotaban y no les daban de comer.
No podía creer tanta injusticia y alevosía; éramos unos niños y abusaban cruelmente de nosotros. Pero mientras cuidaba vacas, becerros, ovejas, una interrogante rondaba por mi cabeza: ¿Toda mi vida sería así?  ¿No tendría alguna oportunidad para cambiarla? ¿No podría ganar más dinero? Y es que mi situación era complicada,  y aun mas con mi escasa edad.




Cambio de ruta.


Ya para cumplir 11 años, mi tío Felipe advirtió que mi fuerza física y ambición había crecido y, por tanto, estaba listo para trabajos más rudos, aunque no de mayor calidad; me convertí en arriero de un hatajo de asnos y mulas.
Dicen mis biógrafos que este súbito cambio de ruta, justamente cuando dejaba la infancia y entraba en la adolescencia, contribuyo a darle forma a mi carácter.
Como arriero aprendería materialmente, con los pies y con los ojos, la geografía de parte considerable de su país y se ensancharía sin cesar su horizonte con los panoramas: montes y arroyos, arboledas, sementeras y cañadas; ríos, ciénagas y pedregales, que cruzarían a pie y corriendo tras las mulas o alcanzándolas a pedradas para meterlas en orden y regresarlas al camino…. Al atardecer, al llegar a los pueblos, cuando los pájaros venían volando a abrigarse en las ramas de los árboles de las plazas o de los atrios de las iglesias, los hombres se detenían y se quitaban el sombrero……cada cual en su silencio…. El niño José María hablaría con ellos rápidas y pasajeras palabras: en su geografía física se transformaba así en su geografía social.
Los arrieros viajaban por todos los caminos, veredas y vericuetos, valles y montañas del ancho del territorio del país. Así, aprendí a manejar los sacos de maíz, trigo, frijol, y batallar con asnos y mulas, acostumbrándome a usar las rodilleras de cuero y la ropa de manta. Como un buen arriero tuve que azotar y maldecir a las bestias cansadas o rejegas para que siguieran el camino, curarles las mataduras y darles el pienso al arribar a los mesones o sitios al aire libre. Además, mis deberes también consistían en guiar la recua y “atajar” o detener a los animales que se separaban del grupo.
Pero no sólo aprendí a tratar a los animales de carga, también pude conocer a los hombres: mis compañeros de arriería, los mercaderes y los campesinos, los soldados de la Acordada, los indios labriegos y en el camino contacté a un cura que me proporcionó la Gramática de Nebrija, para que no olvidara mis primeras enseñanzas y conservara los deseos de saber. La convivencia con estas personas y muchas más me indicaron que algo estaba mal en el país, que el gobierno nos mataba de hambre y de esclavitud, que había excesiva pobreza entre los indígenas, que España deseaba llenar sus arcas con el trabajo de los pobladores de la  Nueva España, que los hacendados y ricos explotaban a los más miserables, lo cual no era justo ni igualitario…. Estos pensamientos deambulaban por mi cabeza.
Cada vez que regresaba a Valladolid, llevaba a mi mamá y a mis hermanos algún regalo en muestra de cariño. Y luego volvía  a internarme en los abruptos caminos que comunicaban las distintas poblaciones del sur del país, atravesando la sierra para llegar a la costa.
Una vez, conducidos por nuestro duro oficio, llegamos hasta Acapulco, puerto donde se concentraba el comercio con el  Oriente, y vi, asombrado, la gran feria que se celebraba cuando arribaba el Galeón de Manila, el cual se anunciaba con repetidos repliques de campanas y el estruendo de los cañones del Fuerte de San Diego. La Nao de Manila arribaba con su majestuoso cargamento de telas, especias, objetos de arte y los productos del Oriente. Todo se vendía en la gran feria acapulqueña, a la que con debida anticipación salían recuas de mulas que partían de México, Guadalajara, Valladolid y otras ciudades, cargadas con los productos locales y los de Occidente que traía la flota de Veracruz.
¡Cuántas veces hice el viaje de arriero en las recuas, sin imaginar ni presentir que ese lugar – Acapulco y sus alrededores – sería un brillante escenario de mis futuras hazañas militares!
Dicen los historiadores que estos viajes continuos y las rudas labores no sólo forjarían mi próxima recia personalidad, sino que endurecerían mi fuerte musculatura y templarían mi carácter para la lucha, haciéndome resistente e indomable para las más difíciles pruebas.
También cuentan los hombres de libros que en estos ires y venires aprendí a jinetear con suma habilidad y estar trepado en el caballo por horas no me agotaba. En consecuencia, también fui un vigoroso domador. Es más, de esta disciplina me quedó una cicatriz en la nariz, debido a un golpe que me di contra la rama de un árbol, siguiendo a caballo un toro. Me caí del animal y al instante me desmayé, me levanté poco después.
Un dato más de estos inteligentes señores: A causa de las severas jaquecas que me produciría el calor infernal de la tierra caliente, usaba un pañuelo blanco de seda ceñido  a la cabeza para comprimir mis sienes adoloridas y mitigar un poco la dolencia. Asimismo, emplearía chiqueadores para refrescar mis sienes.
Durante este tiempo seguí con mis labores cotidianas. Hasta que a los 25 años se prendió una chispa de saber en mi ser e ingresé al Colegio de San Nicolás. Los acontecimientos que continuaron ya te los narré, sólo para dirigirme al encuentro de mí destino: La entrevista con Miguel Hidalgo. Y claro, el Ejército del Sur. Muchas gracias por escucharme. ¡Hasta luego!





Datos importantes.



1765- José María Morelos y Pavón nació el 30 de septiembre, en la ciudad de Valladolid - hoy en día Morelia - Michoacán.
1792: Ingresó en el Colegio de San Nicolás.
1795: Obtuvo el nombramiento de bachiller y clérigo diácono para ejercerlo en Uruapan.
José María Morelos y su documento llamado
 Sentimientos de la Nación.
1799: Se convirtió en cura de Curátaro y Nocupétaro.
1810: Se enteró del movimiento liberario de Hidalgo. En el pueblo de San Miguel Charo - el 20 de octubre -, se entrevistó con don Miguel Hidalgo y este lo nombré general del Ejército del Sur. Morelos partió el 25 de octubre de su curato en Carácuaro.
1811: Tomó Tixtla y Chilpancingo.
1812: En su paso a Oaxaca asaltó Cuernavaca, Zacatepec, Cuautla, Huajuapan y Tehuacán. El 25 de noviembre conquistó Oaxaca.
1813: El 9 de enero tomo la fortaleza de San Diego, en Acapulco. Formó parte de la Junta de Gobierno  de Zitácuaro. Convocó a la formación del Congreso de Chilpancingo el 8 de Agosto. Al instalarse el Congreso, el 14 de septiembre, Morelos leyó un documento elaborado por el mismo llamado Sentimientos de la Nación, donde se pronunció como Siervo de la Nación. Cayó en la toma de Valladolid, en diciembre.
1814: Inició su huida de las tropas realistas. El 22 de octubre expedió el decreto constitucional de Apatzingán.
1815: El 5 de noviembre fue aprehendido por Matías Carranco en Texmalaca. Fue fusilado en 22 de noviembre en San Cristóbal Ecatepec.

Fusilamiento de Morelos.










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