Autor: VICTOR HUGO REYES MALDONADO.
Los hombres y las mujeres que hicieron realidad sus
sueños y con ello buena parte de nuestro país, fueron tantos niños y chiquitos
como tu: también se entretenían con sus juguetes favoritos, pasaban
algunas tardes en el parque, celebraban fiestas, asistían a la escuela y muchos
disfrutaban algún pasatiempo.
La colección Biografías para niños comparte este
lado infantil de la vida de emperadores, libertadores, caudillos y presidentes.
En este libro te acercara al niño José María Morelos. A la orilla de
los caudalosos ríos de su natal Michoacán, Morelos te compartirá el curioso
origen de sus apellidos; te confesara que le gustaba acurrucarse cerca de su
mama cuando esta contaba las historias terroríficas; que esperaba la llegada de
las carpas con sus adivinos y seres extraños y, por supuesto, este hombre que
más adelante estuvo al frente del Ejercito del Sur en la Guerra de la
Independencia, también te dirá por que casi siempre se amarraba un pedazo de
tela alrededor de la cabeza.
Indice.
Prologo
Morelos, el hombre
Morelos, el niño
Mi familia
Conocimientos y distracciones
La vida misma
Cambio de ruta
Datos importantes.
Prologo.
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Sí, acertaste: se trata del general don José María Morelos y Pavón,
quien al pertenecer al ejército insurgente de Hidalgo e incursionar por el sur
de México se convirtió en un militar temido y adorado, a causa
de su astucia, valor, vigor físico, capacidad organizativa y donde mando.
Morelos, el hombre.
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Voy a narrarte, a grandes rasgos, mi infancia, pero es
justo que los biógrafos amplíen la información sobre mí – como ocurre en sus
interesantes libros y brillantes reseñas históricas - , con la intención de que
ubiques en que tiempo me volví lugarteniente de Don Miguel Hidalgo, porque lo
hice y por qué el, sin conocerme, me otorgo el cargo de general.
Aseguran que colabore fielmente con el Padre Hidalgo
durante la Independencia de nuestro país, cuando el pueblo deseaba librarse de
la esclavitud y alcanzar la libertad absoluta, obligando a los gobernantes
españoles a abandonar sus cargos y nuestra nación.
Los historiadores indican que me integre ya un poco tarde
al estudio religioso – impulsado por mi protector José María Izazaga, quien prendió
en mí los planes de superación; yo tenía 25 años. Entre al Colegio de San Nicolás
en 1792, en calidad de “cápense”, término que se les concedían a los alumnos
que solo contaban con una capa, o sea, aquellos muy pobres, era un “cápense
externo”, pues no poseía una beca ni dinero para estar internado. En estos
tiempos se necesitaban curas para los lugares
más apartados y pobres, lo cual me permitido entrar con suma facilidad y
ordenarme con escasos estudios.
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Me traslade junto con mi hermana y mi mama, pero ante el
clima caliente y una terrible epidemia, mi madre murió. Después de esta triste
perdida, en 1799 me volví cura de Carácuaro y Nocupétaro. Luego de unos años,
en 1809, me enteré de la captura de muchos patriotas que combatían a los
españoles en 1810 supe del movimiento liberario de Hidalgo, quien fuera rector
del Colegio de San Nicolás y a quien
admiraba fervientemente por sus grandes conocimientos, su gran sabiduría y su
afán de abolir la esclavitud de los habitantes de la Nueva España.
Siguen detallando estos grandes hombres que, impulsado
por mi amor patrio, mis convicciones, los sucesos que ocurrían en el mundo y
una repentina fuerza física y moral, me encamine para encontrar a Hidalgo. Lo
halle en el pueblo de San Miguel Charo – el 20 de octubre de 1810 - ,
acompañado de Ignacio Allende y el
doctor Gastañeda. A pesar de sus múltiples ocupaciones, me atendió y le
solicite ser capellán de su ejército. Tal vez el destino me tenía cifrada esta
oportunidad, o hable con tal fervor y conveniencia, o el mismo Hidalgo vio mi
entusiasmo, mi voluntad, mi ímpetu, mi necesidad, no sé, que confió en mí,
haciéndome de pronto su general y encomendándome la conquista de la tierra
caliente del sur, encabezando mi propio ejército. Esta fue la primera y última
vez que platique con don Miguel Hidalgo.
Salí de mi parroquia de Carácuaro el 25 de octubre de
1810 con un puñado de hombres valiente. En el camino hacia Acapulco se me
unieron formidables personajes que contribuyeron a la lucha: Vicente Guerrero,
Hermenegildo, Juan y Fermín Galena, Leonardo y Nicolás Bravo, Mariano
Matamoros, José María Izazaga, entre otros muchos. Aquí inicio mi labor para conquistar la Independencia de México.
Morelos, el niño.
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Casa de Morelos que habitó en Valladolid. |
Ahora, luego de enterarme de mi encuentro con ese gran
hombre que fue Hidalgo, ponte atención para escuchar el relato de mi infancia. Nací
el 30 de septiembre de 1765, en la casa contigua a la puerta del costado de la
iglesia de San Agustín, en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, Michoacán.
¿Muy fácil de hallar, verdad? Ojala algún dia vayas a pasear a Morelia y
encuentres el lugar donde nací.
Dos años después mis padres me llevaron a vivir a la
hacienda de Sindurio, cercana a Valladolid. Aquí encontré el clima y el
ambiente adecuado para crecer sano y fuerte, ya que la cercanía con la naturaleza, lejos de las
complicaciones y los prejuicios de las grandes ciudades, me proporciono modales
sencillos, una feliz despreocupación en el trato con los demás, deprecio a las
clases sociales y un gran amor por la libertad.
Este sitio se asentaba en una meseta muy extensa, en
medio de un valle que regaban dos ríos, el Guayangareo, que iba hacia el sur y
se unía con el rio Grande, que rodeaba a Valladolid, y finalmente desembocan en
el lago de Cuitzeo. A estos ríos viejos, bellos y caudalosos acudían a nadar
toso los pobladores de la hacienda -
incluidos mis papas y mis hermanos - ,sintiéndonos parte del agua,
divirtiéndonos en competencias de nado, de “aguantar” bajo el agua muchos
minutos, de “aventarnos” desde un árbol en
diversos tipos de clavados….. En fin, fueron momentos de enorme dicha.}
Estas mismas aguas regaban las tierras de todo Valladolid
y las cosechas de maíz, trigo, frijol, chile, calabaza, arroz, algodón, caña de
azúcar, sandía, melón, piña, eran muy buenas, complementándose con las épocas
de lluvias. Durante este tiempo, la actividad de la hacienda de Sindurio era
interminable: todos los peones y esclavos iban y venían con las cosechas, ya
sea recogiendo, acomodando, empacando, enviando….todos sudando y esforzándose
por unos mendrugos de comida y unos cuantos pesos en sus bolsillos, y con una
larga cuenta en la tienda de raya.
Asimismo, al valle de Valladolid lo rodeaban altas
montañas: el cerro de Punhuato, el lomerío de Santa María de los Altos, los
cerros de Atécuaro, el cerro de San Andrés, el Pico de Quinceo, cuyos
contrafuertes se unían en las lomas de Tarímbaro y los cerros de Cuto y
Uruétaro, los cuales separaban el valle del lago de Cuitzeo. A estas cumbres
todos los muchachos trataban de ascender, ya fuera en excursiones, en mandas,
en promesas, solos, o de escapada…. Era toda una aventura. Como yo aun era muy
pequeño, no lo disfrutaba tanto.
Mi familia.
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El nombre de mi mama era Juana Pavón. Su padre fue
maestro de escuela de Valladolid, por lo cual aprendió a leer y escribir. Ella
le ayudaba en lo que podía a mi papá, además de que mantenía limpios los cuartos en que
vivamos y se ganaba un dinerito en la cocina principal; para nosotros hacia
deliciosas comidas con alguna carne y sobrados de frijoles, tortillas recién hechecitas
por sus manos cariñosas, ricas aguas de tamarindo, de Jamaica, de horchata,
todo esto en un ambiente amoroso y tranquilo.
Mis padres eran españoles. Por tal
razón yo era criollo, es decir, hijo de españoles, pero nacido en México.
Seguramente con algo de sangre indígena, a causa del color moreno de mi piel y
mis rasgos físicos. Mencionan mis biógrafos que los apellidos “Morelos” y
“Pavón” no son castizos, ya que mis antepasados se llamaban Sandoval y al ser
vendedores de morales les decían “moreros” y después por corrupción de las
palabras, “Morelos” .Asimismo “Pavón” venía a ser aumentativo de “pavo, tocante
el color azulado del rostro de sus miembros”, concluyendo que era mestizo. O
sea, era español, indígena y mestizo ¡Vaya combinación! Pero finalmente, me
sentía más mexicano que el chile.
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Conocimientos y distracciones.
Tengo entendido que tú cursas la
primaria (en muy distintos grados de ella) y aprovechas los esfuerzos que hacen
tus papás para que estés en la escuela. También sé que aprender lecciones y te
diviertes en tus horas libres. ¡Cómo me gustaría escucharlo de tu propio voz!,
pero me conformo con saberlo. Solo te aconsejo que valores la labor de tus
padres y nunca los defraudes ¡Sigue estudiando como lo has hecho hasta ahora!
No cejes tu empeño. Cuando crezcas serás alguien muy importante en la vida.
Fíjate que un tiempo antes de que mi
papá muriera, allá en la hacienda de Sindurio, mi mamá me empezó a enseñarme a
leer y escribir. Ya te conté que mi abuelo era maestro de primaria en
Valladolid y la educo a ella.
Aprendí las primeras clases de
quehaceres, juegos y obligaciones. Mi mamá despertaba muy temprano, cocinaba en
la casa grande, lavaba y planchaba, y regresaba con nosotros para darnos el
desayuno y me enseñaba las primeras letras, que aprendí con rapidez.
En seguida vino la muerte de mi papá,
que en paz descanse. Nuestra vida fue un absoluto caos. Volvimos a Valladolid,
destrozados y tristes. Un escrito muy renombrado y paisano mío, José Rubén
Romero, narro con exactitud lo que pasaba conmigo.
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¿Cómo vez? Las palabras anteriores
retratan con fidelidad lo que ocurría en esos momentos. La súbita muerte de mi
papá arrojo por la borda todos nuestros sueños, como el de trabajar juntos y
con mucho afán para comprar nuestra propia casa. Lo que nunca ocurrió.
En fin, hay que darle buena cara a la
vida. Así como platica el escritor, yo tenía un trompo con el que jugaba por
horas y horas durante el día, creando las suertes fantásticas que podía hacer
cualquier niño. En ese tiempo abundaban muchos juguetes y entretenimientos.
Todas las tardes un hombre proclamaba que llevaba consigo un pajarito mágico,
de la suerte, el cual adivinaba el futuro al sacar con su pico un papelito de
un recipiente.
También corría, arrastrando a mis hermanos, para ir a ver la llegada de la
feria, con sus carpas de adivinos, niños y señores con deformaciones,
cantantes, bailarinas, payasos simpáticos, títeres, juegos mecánicos, tiros al
blanco y la lotería, que a mí me fascinaban y me hacían olvidar la penas.
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Entre los juguetes de aquel tiempo
abundaban los baleros, los trompos. Las reatas, los columpios, los huesitos,
las canicas, la matatena, dispuestos para jugarlos a toda hora y en cualquier
lugar.
Pero lo que yo prefería era contar
historias por la noche, ya que cuando nos quedábamos solitos, sin que nadie
viera por nosotros y completamente a oscuras. Mi mamá relataba ingeniosas
historias que a mí me ocasionaban un miedo atroz. Solo deseaba dormir junto a
ella y no tener horrorosas pesadillas. Su compañía era lo mejor que poseía.
La vida misma.
Mi mamá se sentía en el más completo
abandono y en la miseria. Le era muy difícil cuidarme y prefirió confiarme a mi
tío Felipe Morelos, quien, según sus posibilidades económicas y bajo nivel
social, no hallo más acomodo para mí que la ocupación de cuidar vacas por el
rumbo de Sindurio. Nuevamente andaría por aquellos lares.
Mi vida de pastor principió cuando tenía
ocho años y culmino a los 10. El campo me brindo su mano y disfrute con placer aprender sobre la naturaleza, caminar
por los cerros, comerme una que otra frutilla del campo, platicar con los demás
pastorcillos acerca de la pobreza que nos invadía y de nuestras aspiraciones
truncadas. Pues a quien no le hubiera gustado ir a la escuela, como tú lo haces
hoy; que le dieran su desayuno muy sabroso, una torta para el recreo, una vestimenta nueva y
olorosa, y no tener que soportar a los patrones, que si se nos perdía o
enfermaba algún animal, teníamos que compensarlos con más trabajo y a muchos de
aquellos chiquillos hasta los azotaban y no les daban de comer.
No podía creer tanta injusticia y
alevosía; éramos unos niños y abusaban cruelmente de nosotros. Pero mientras
cuidaba vacas, becerros, ovejas, una interrogante rondaba por mi cabeza: ¿Toda
mi vida sería así? ¿No tendría alguna
oportunidad para cambiarla? ¿No podría ganar más dinero? Y es que mi situación
era complicada, y aun mas con mi escasa
edad.
Cambio de ruta.
Ya para cumplir 11 años, mi tío Felipe
advirtió que mi fuerza física y ambición había crecido y, por tanto, estaba
listo para trabajos más rudos, aunque no de mayor calidad; me convertí en
arriero de un hatajo de asnos y mulas.
Dicen mis biógrafos que este súbito
cambio de ruta, justamente cuando dejaba la infancia y entraba en la adolescencia,
contribuyo a darle forma a mi carácter.
Como arriero aprendería materialmente,
con los pies y con los ojos, la geografía de parte considerable de su país y se
ensancharía sin cesar su horizonte con los panoramas: montes y arroyos,
arboledas, sementeras y cañadas; ríos, ciénagas y pedregales, que cruzarían a
pie y corriendo tras las mulas o alcanzándolas a pedradas para meterlas en
orden y regresarlas al camino…. Al atardecer, al llegar a los pueblos, cuando
los pájaros venían volando a abrigarse en las ramas de los árboles de las
plazas o de los atrios de las iglesias, los hombres se detenían y se quitaban
el sombrero……cada cual en su silencio…. El niño José María hablaría con ellos
rápidas y pasajeras palabras: en su geografía física se transformaba así en su
geografía social.
Los arrieros viajaban por todos los
caminos, veredas y vericuetos, valles y montañas del ancho del territorio del
país. Así, aprendí a manejar los sacos de maíz, trigo, frijol, y batallar con
asnos y mulas, acostumbrándome a usar las rodilleras de cuero y la ropa de
manta. Como un buen arriero tuve que azotar y maldecir a las bestias cansadas o
rejegas para que siguieran el camino, curarles las mataduras y darles el pienso
al arribar a los mesones o sitios al aire libre. Además, mis deberes también
consistían en guiar la recua y “atajar” o detener a los animales que se
separaban del grupo.
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Cada vez que regresaba a Valladolid,
llevaba a mi mamá y a mis hermanos algún regalo en muestra de cariño. Y luego volvía a internarme en los abruptos caminos que
comunicaban las distintas poblaciones del sur del país, atravesando la sierra
para llegar a la costa.
Una vez, conducidos por nuestro duro
oficio, llegamos hasta Acapulco, puerto donde se concentraba el comercio con
el Oriente, y vi, asombrado, la gran
feria que se celebraba cuando arribaba el Galeón de Manila, el cual se anunciaba
con repetidos repliques de campanas y el estruendo de los cañones del Fuerte de
San Diego. La Nao de Manila arribaba con su majestuoso cargamento de telas,
especias, objetos de arte y los productos del Oriente. Todo se vendía en la
gran feria acapulqueña, a la que con debida anticipación salían recuas de mulas
que partían de México, Guadalajara, Valladolid y otras ciudades, cargadas con
los productos locales y los de Occidente que traía la flota de Veracruz.
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Dicen los historiadores que estos
viajes continuos y las rudas labores no sólo forjarían mi próxima recia
personalidad, sino que endurecerían mi fuerte musculatura y templarían mi
carácter para la lucha, haciéndome resistente e indomable para las más
difíciles pruebas.
También cuentan los hombres de libros
que en estos ires y venires aprendí a jinetear con suma habilidad y estar
trepado en el caballo por horas no me agotaba. En consecuencia, también fui un
vigoroso domador. Es más, de esta disciplina me quedó una cicatriz en la nariz,
debido a un golpe que me di contra la rama de un árbol, siguiendo a caballo un
toro. Me caí del animal y al instante me desmayé, me levanté poco después.
Un dato más de estos inteligentes
señores: A causa de las severas jaquecas que me produciría el calor infernal de
la tierra caliente, usaba un pañuelo blanco de seda ceñido a la cabeza para comprimir mis sienes adoloridas
y mitigar un poco la dolencia. Asimismo, emplearía chiqueadores para refrescar
mis sienes.
Durante este tiempo seguí con mis
labores cotidianas. Hasta que a los 25 años se prendió una chispa de saber en
mi ser e ingresé al Colegio de San Nicolás. Los acontecimientos que continuaron
ya te los narré, sólo para dirigirme al encuentro de mí destino: La entrevista
con Miguel Hidalgo. Y claro, el Ejército del Sur. Muchas gracias por
escucharme. ¡Hasta luego!
Datos importantes.
1765- José María Morelos y Pavón nació el 30 de septiembre, en la ciudad de Valladolid - hoy en día Morelia - Michoacán.
1792: Ingresó en el Colegio de San Nicolás.
1795: Obtuvo el nombramiento de bachiller y clérigo diácono para ejercerlo en Uruapan.
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José María Morelos y su documento llamado Sentimientos de la Nación. |
1799: Se convirtió en cura de Curátaro y Nocupétaro.
1810: Se enteró del movimiento liberario de Hidalgo. En el pueblo de San Miguel Charo - el 20 de octubre -, se entrevistó con don Miguel Hidalgo y este lo nombré general del Ejército del Sur. Morelos partió el 25 de octubre de su curato en Carácuaro.
1811: Tomó Tixtla y Chilpancingo.
1812: En su paso a Oaxaca asaltó Cuernavaca, Zacatepec, Cuautla, Huajuapan y Tehuacán. El 25 de noviembre conquistó Oaxaca.
1813: El 9 de enero tomo la fortaleza de San Diego, en Acapulco. Formó parte de la Junta de Gobierno de Zitácuaro. Convocó a la formación del Congreso de Chilpancingo el 8 de Agosto. Al instalarse el Congreso, el 14 de septiembre, Morelos leyó un documento elaborado por el mismo llamado Sentimientos de la Nación, donde se pronunció como Siervo de la Nación. Cayó en la toma de Valladolid, en diciembre.
1814: Inició su huida de las tropas realistas. El 22 de octubre expedió el decreto constitucional de Apatzingán.
1815: El 5 de noviembre fue aprehendido por Matías Carranco en Texmalaca. Fue fusilado en 22 de noviembre en San Cristóbal Ecatepec.
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Fusilamiento de Morelos. |
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